jueves, 5 de diciembre de 2013

El que aprende a contar nunca está solo







Sábado, 16 de noviembre de 2013

La obra es producto de un trabajo de investigación sobre cuentos de Sara Gallardo. El espectáculo se despide mañana en Oeste Estudio Teatral, en el marco del Festival Escena.


Por Laura Rosso


Una mujer que tiene una cabeza de repuesto y un hombre que construye un par de alas. Imágenes que se desprenden de los cuentos de Sara Gallardo y que funcionaron como ejes para trabajar la dramaturgia de Todo lo demás no importa. Su directora, Andrea Chacón Alvarez, se valió de esos mecanismos y los trasladó a la puesta en escena de esta obra que lleva por subtítulo Variaciones sobre textos de Sara Gallardo. “A medida que avanzaban los ensayos –cuenta Chacón Alvarez– fuimos entendiendo que los textos podían trabajarse como partes de un sistema, como pequeñas piezas, como partes de un conjunto que hasta el momento desconocíamos. Empezamos a preguntarnos qué es un objeto mecánico, y así fue como empezaron a aparecer los juguetes a cuerda y luego el eje “mecanismos” se trasladó a toda la puesta.

Noelia Antelo, una de las actrices, tiene una colección increíble de juguetes a cuerda, y cada ensayo traía alguno. “Pensamos la trasposición desde procedimientos musicales, tomamos una imagen presente en los cuentos, un eje, y lo variamos para encontrar enlaces entre los relatos.” Era el año 2007 cuando Andrea leyó El país del humo, y enseguida pensó que podía ser un material interesante para trabajar. Algo de esa comunión secreta entre escritora y lectora creó la atmósfera necesaria para bucear en la obra de Gallardo. Le pareció acertado pensar en “variaciones” porque de alguna manera dan cuenta del proceso de investigación que atravesaron, pero, al mismo tiempo, buscaron variaciones dentro de los propios cuentos. “Hay algo que está pensado desde lo sonoro –continúa Chacón–, nos preguntábamos cómo trasponer ese ritmo que propone Sara Gallardo en estos textos, ese ritmo que percibíamos en nuestras lecturas individuales y que necesitaba una forma precisa para que las actrices pudieran sostenerlo físicamente.” Noelia Antelo y Magalí Fugini son quienes les ponen cuerpo y voces a estas historias. Ambas se formaron con Graciela Camino y participaron en los comienzos de Oeste Estudio Teatral, la sala que albergó la obra, y que mañana se despide en el marco del Festival Escena. “Hay algo del entrenamiento que propone Graciela que me es muy cercano –define Chacón– y que compartimos con las actrices; la intensidad, el humor, cierta actitud activista tanto en las obras como en la dinámica de trabajo. Son actrices que no necesitan la mirada permanente del director, proponen, crean y también producen solas. Las dos son del tipo todoterreno, dúctiles y sensibles.”

En la obra, sus personajes no tienen un nombre determinado. Por un lado, las distingue el modo en que se dejan atravesar por el amor, diferente en cada una de ellas. Por otro, las acerca la urgencia por contar aquello que vieron, la necesidad de compartir eso que escucharon, contarlo e inventarlo cada vez. “En la mayoría de mis trabajos los personajes no tienen nombre”, revela la directora. “En algunos casos funcionan como alegorías o irrumpen en la escena para dar cuenta de una atmósfera determinada. Además, en general no necesitan nombrarse entre sí. Por otro lado, siento que llego a eso porque no trabajo con puestas naturalistas, el mismo procedimiento de montaje me lleva a pensar los personajes de esa forma.” Chacón Alvarez trabaja la dramaturgia en los ensayos, y tanto la estructura como la reescritura terminan de definirse cuando escucha correr el texto: necesita ver cómo suena.

Trabajar imágenes tan potentes como las que se disparan de los textos de Sara Gallardo y hacerlo de una manera tan poética y en un formato diferente y breve fue lo que estimuló a Chacón Alvarez a la hora de construir la dramaturgia de esta pieza. “El lenguaje que utiliza Sara es intenso y austero. Desarrollar una imagen potente en forma breve requiere mucha precisión. Los mecanismos internos de estos textos, tienden a una máxima condensación y economía. Me interesa ese carácter de la microficción que la lleva a escaparse de los géneros: puede tener un discurso lírico, puede relatar un hecho puntual, se emparienta con los poemas en prosa, puede establecer preguntas, puede visitar lo fantástico. Ella hacía esto mucho antes de que se instalara el interés por la microficción y eso me parece extraordinario.”

Chacón Alvarez cuenta que Sara Gallardo pasó su infancia luchando contra el asma y, durante la noche, sola en la cama, creaba historias o recordaba otras que había oído. “Pensé que teníamos que rescatar eso, esa huella singular que se revelaba en las lecturas. Así fue como empezó a manifestarse otro de los ejes: el que aprende a contar nunca está solo. Contarse para ahuyentar el miedo, para atraer el sueño, para comprender cosas. Hay un contarse que es el que nos ayuda a encontrar sentido.” Hace unos años, la directora le escuchó decir a Marco Antonio de la Parra que el olvido es creativo porque nadie cuenta un recuerdo dos veces de la misma manera. “Los relatos, en cierto modo, están hechos con la materia del recuerdo”, concluye.

martes, 3 de diciembre de 2013

Escrito en el Viento. Lecturas sobre Sara Gallardo

Invitamos a la presentación del libro Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo compilado por Paula Bertúa y Lucía De Leone. Este volumen propone una mirada renovadora sobre la producción de la escritora y periodista argentina Sara Gallardo (1931-1988).

Presentación Libro Escrito en el Viento. Lecturas sobre Sara Gallardo

Se referirán al libro Pedro Mairal y Claudia Torre y la actividad se cerrará con un fragmento de la obra teatral Todo lo demás no importa. Variaciones sobre textos de Sara Gallardo de Andrea Chacón Álvarez.

Escrito en el Viento
Lecturas sobre Sara Gallardo
Autores
Compiladoras
Paula Bertúa y Lucía Leone

El libro se consigue en OPFYL, Facultad de Filosofía y Letras (UBA), Puán 480, PB. Y el día de la presentación también se venderán ejemplares.
Las fotografías de Sara Gallardo y de la obra teatral son gentileza de Paula Pico Estrada y Andrea Chacón Álvarez, respectivamente.




Sobre los presentadores
Pedro Mairal es escritor. Su novela Una noche con Sabrina Love recibió el Premio Clarín de Novela en 1998 y fue llevada al cine en 2000. Publicó  El gran surubí, El equilibrio, El año del desierto y Salvatierra; el volumen de cuentos Hoy temprano; y dos libros de poesía, Tigre como los pájaros y Consumidor final. Ha sido traducido y editado en Francia, Italia, España, Portugal, Polonia y Alemania. En 2007 fue incluido, por el jurado de Bogotá39, entre los mejores escritores jóvenes latinoamericanos. En 2011 condujo el programa de televisión sobre libros Impreso en Argentina.
Claudia  Torre es doctora en Letras (UBA), profesora del Departamento de Humanidades de la Universidad de San Andrés,  Secretaria Académica de la Maestría en Literaturas española y  latinoamericana (UBA).  Es co-autora  de Ciudades Alteradas. Nación e inmigración en la cultura moderna (Granica, 2003),  autora de Literatura en tránsito. La narrativa expedicionaria de la Conquista del Desierto (Prometeo, 2010) y compiladora de El otro desierto de la nación argentina. Antología de narrativa expedicionaria (Universidad de Quilmes, 2011).
Andrea Chacón Alvarez  es directora de teatro, dramaturga y regisseur. Egresada del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Actualmente cursa el Posgrado en Lenguajes Artísticos Combinados (IUNA Visuales). Becaria del Laboratorio de Investigación en Prácticas Artísticas Contemporáneas (LIPAC; C.C. Rojas, UBA) Participó con sus trabajos en diferentes festivales nacionales e internacionales. andychaconalvarez.tumblr.com/
Pasto Rebelde / Equipo de Artes Escénicas es un grupo multidisciplinario, creado en 2012 por seis artistas: Verónica Alcoba, Noelia Antelo, Fernando Chacoma, Andrea Chacón Álvarez, Gabriela Delmastro y Magalí Fugini, a los que se suman colaboradores especiales. Todo lo demás no importa. Variaciones sobre textos de Sara Gallardo es la primera producción, realizada con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro y del Fondo Nacional de las Artes. Actualmente trabajan en la pre-producción de dos nuevas obras a estrenarse en marzo y noviembre de 2014. http://escenicaspastorebelde.blogspot.com.ar/

Sobre las compiladoras
Lucía De Leone se doctoró en Letras (UBA) con una tesis sobre la literatura y el periodismo de Sara Gallardo en el contexto de los años 60 en la Argentina. Actualmente desarrolla su proyecto posdoctoral como becaria del CONICET en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género  de Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
Paula Bertúa es Licenciada en Letras (UBA), Magíster en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano (IDAES/UNSAM) y Doctora en Letras (UBA). Ha dictado cursos en universidades nacionales y extranjeras. Recibió becas y distinciones de: Fondo Nacional de las Artes, Coimbra Group (Bélgica) y Ministero del Lavoro e delle Politiche Sociale (Italia). Autora del libro La cámara en el umbral de lo sensible. Grete Stern y la revista Idilio (1948-1951), por el cual recibió el segundo premio al ensayo del Fondo Nacional de las Artes. Actualmente se desempeña como docente e investigadora en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), donde desarrolla su proyecto de investigación posdoctoral como becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET). Publicó en revistas académicas y en libros especializados del país y del exterior sobre arte y literatura argentina del siglo XX.

Una delicia sonora




Por Cecilia Perna


En una charla informal, Andrea Chacón Álvarez me comentaba: “los textos de Sara Gallardo son muy difíciles de decir”. Y es la belleza en el decir -el trabajo precioso de las actrices para lograr esa belleza-  lo que con más intensidad se prendió en mí de la obra Todo lo demás no importa, que Andrea dirige y que puede verse los domingos en Oeste Estudio Teatral, basada en textos de la escritora.




Sara Gallardo, una narradora argentina extraordinaria, bastante olvidada por la crítica y el mercado editorial, tiene, en este pequeño escenario escondido de Primera Junta, la oportunidad mágica de revivir. Y de revivir en palabras dichas en voz alta, palabras que, para ser narradas, pasan por el cuerpo: que en su fusión devienen un texto nuevo y se reinventan poéticamente. Se hacen ritmo, en un ajuste perfecto de luces, de canto y de la belleza íntima que emana de todo cuerpo. El cuerpo es ahí caja de resonancia vocal: cajita de música que reproduce el lenguaje escrito como una partitura y le da a los cuentos la oportunidad de activar otra vez aquella naturaleza antigua de la narrativa, que la larga y añeja práctica de escritura ha puesto a dormir en su centro: la oralidad. Casi como una regresión a lo más básico e infantil, a lo más arcaico y remoto, a lo más físico y material: la voz que narra, que nos narra, que nos regala palabras hiladas por la  sorpresa maravillosa de estar vivos. La sorpresa de respirar y hablar, que es la misma cosa. Voz musical que, finalmente, es compañía porque el que sabe contar, nunca está solo.

http://revistaruletachina.blogspot.com.ar/2013/08/teatro-todo-lo-demas-no-importa-de-andy.html

 

lunes, 2 de diciembre de 2013

La palabra próxima

Viernes, 11 de octubre de 2013

Todo lo demás no importa celebra el relato como modo de encuentro con el otro, basada en cuentos de El país del humo, de la escritora Sara Gallardo, entre juguetes a cuerda, luces y música.

 Por Carolina Selicki Acevedo

“El que aprende a contar nunca está solo”, nos advierten ellas desde el comienzo. Y, canción mediante, nos invitan a sumirnos en los universos que desplegarán delante de nuestros ojos. Parecen ser primas. De esas que se confiesan secretos o comparten historias a la hora de la siesta o cuando desaparecen las últimas luces. Pero en ellas se puede reconocer a todos los que disfrutan del narrar (ya sea historias inventadas o reales). Pensemos en los abuelos, los padres o una tía. Siempre hay uno al que le gusta encantarnos con su arte. Y para narrar se necesita de un otro, real o imaginario, dispuesto a escuchar. Entonces, siguiendo la atmósfera calma, nos dejamos llevar. Todo lo demás no importa, está basada en cuentos de El país del humo, de la escritora argentina Sara Gallardo (1931-1988), reunidos junto a otras prosas cortas en Narrativa breve completa (Emecé), hace unos años. El recorrido, variaciones mediante, abarca “El hombre de la araucaria”, “Un secreto”, “Fases de la luna”, “La carrera de Chapadmalal”, “Ese”, “Reflejo sobre el agua”, “Las treinta y tres mujeres del Emperador Piedra Azul” y “La casta del sol”. En un principio la idea fue representarlos en un ciclo de monólogos, pero luego de que el proyecto decayera, tanto la dramaturga y directora Andrea Chacón Alvarez como las actrices Magalí Fugini y Noelia Antelo se dieron cuenta de que había un sistema entre los cuentos y decidieron adaptarlos al teatro. Después, Graciela Camino las invitó a representarla en Oeste Estudio Teatral.

“Principalmente a partir de los dos primeros cuentos pensamos en los mecanismos en común y ese eje se trasladó a todo, a la puesta en escena y a la interpretación. A ello sumamos juguetes a cuerda de la colección hermosa que tiene Noe. Así apareció la idea del Kamishibai “drama de papel”, una forma de contar historias que se originó en los templos budistas de Japón en el siglo XII, donde los monjes utilizaban emaki –pergaminos que combinan imágenes con texto–, luego quedó de lado, para jugar con la iluminación de los objetos, y en eso nos ayudaron Verónica Alcoba y Fernando Chacoma. Además, en el momento de los ensayos estaba la muestra del artista Boltanski, que nos influyó”, explica la directora. En la puesta se destaca la sutileza –casi como un mecanismo de relojería– con que las actrices narran a la par que direccionan las luces y los sonidos. Sus manos también nos hablan. Sus cuerpos son microescenarios. Unos pocos elementos en la escena, junto a juguetes a cuerda, sirven para mutar, gracias a la aplicación de una luz directa o intermedia.

La sala elegida da un marco de intimidad. Tal vez el mayor desafío que plantea la puesta es cómo representar la multiplicidad de universos evocados en cada cuento. Para ello, Andrea reconoce que “primero debemos verlos nosotras, para luego poder representarlos o abrir a otras interpretaciones de parte del público. La propia estructura genera una secuencia rítmica al pasarlo por el cuerpo, pero el reto está en cómo sostenerlo físicamente. Es importante también la austeridad en relatos de esta extensión y en cómo trasladar su procedimiento de escritura a la escena”. Al contar también evocan un recuerdo y ese recuerdo puede disparar otros en el espectador.

Las dos actrices dan voz y cuerpo a las historias de personajes femeninos fuertes, pero donde los hombres no dejan de estar presentes, para ser amados, para ser anhelados o, incluso, contemplados. El contrapunto entre campo y ciudad está presente en casi todos, primando la naturaleza y los caballos, como animal que nos conduce al galope de historia en historia. Sara Gallardo, pese a su origen familiar citadino e ilustre, supo plasmar como pocas las voces del otro lado de la ciudad, incluso las más acalladas. La autora que en los últimos años volvió a ser leída –la labor de Piglia ha sido importante en este punto– invita a inspirarnos, a celebrar la palabra al calor de una buena compañía. “Aquí la línea del silencio, el rastrillo del sol, los picos de la noche/pisadas, huellas, marcas de pies/todo está entre estos pasos/el sí/ el no/ el ahora/el nunca.”

Ellas y sus palabras

 

 





por Daniel Gaguine


http://elcaleidoscopiodelucy.blogspot.com.ar/2013/09/todo-lo-demas-no-importa-teatro.html


Textos hechos poesía teatral. ¿Es esto posible? Si, seguro. Cuando se tiene textos de la riqueza de los concebidos por Sara Gallardo, una dirección ajustada junto con una dramaturgia que capta la esencia de las palabras y actrices sensibles, todo es posible. Tal es lo que ocurre en esta puesta que lleva a cabo Andrea Chacón Alvarez. En esta ocasión, las palabras crean climas e historias mínimas e íntimas que saldrán de los cuerpos y almas de de Noelia Antelo y Magalí Fugini. Porque aquí, se siente al mar tanto como al campo donde transcurre el relato.

En el marco de esos textos de poesía pura, surgirán imágenes de varias historias que transcenderán el espacio en el que se desarrollan los acontecimientos. Dos mujeres hablan y se intercalan en la narración. Libres de espíritu y con el corazón en la mano, transitarán los relatos al tiempo que la niñez, el amor, un sulky, o los recuerdos darán cuenta de la creación de una atmósfera íntima y subyugante. Para lograr su cometido, es fundamental “el decir”, la oralidad para dar cuenta de esas historias, que también podrán ser leyendas o cuentos. Pero la forma en que se los lleva a cabo es fantástica. Como aquellos cuentos que uno escuchaba cuando era niño pero ahora, apuntando a ese púber que vive en uno aunque, con muchos kilómetros de vida encima.

Los textos permiten cerrar los ojos y dejarse llevar por las palabras. Todo en el marco de una puesta austera, minimalista y sensible. Algunos juguetes atravesarán la acción y en los que se entabla una relación de proximidad y complicidad, pero siempre con la atención puesta en las palabras. La música tiene una participación sutil en tanto ocupa un lugar en lo que se cuenta. 

Sutil y conmovedora, “Todo lo demás no importa” es de esas puestas que se disfrutan a través de los sentidos puestos a disposición del corazón.

domingo, 1 de diciembre de 2013

El universo de Sara Gallardo











Por Susana Freire

Nuestra opinión: muy buena 
 
Muy merecido este recuerdo de Sara Gallardo que Andrea Chacón Álvarez lleva a escena con Todo lo demás no importa, obra basada sobre los cuentos de El país del humo.
Sobre el escenario se percibe el mundo literario de la autora con sus paisajes campestres y sus personajes rescatados de la memoria familiar. En ese universo imaginario es fácil reconocer la pluma imaginativa de la autora, que se expresa con total libertad para volcar toda su rebeldía contra los esquemas lógicos de la poética imperante.
Gallardo perteneció a la generación de escritoras de la década del 50 y 60, junto con Elvira Orphée, Silvina Bullrich, Martha Lynch y Beatriz Guido, entre otras. Su obra (Los galgos, los galgos; Eisejuaz...) incorpora elementos del realismo mágico sudamericano. Así circulan por la escena el hombre de la araucaria que tardó 20 años en construirse un par de alas para volar sobre la plaza San Martín; la mujer armenia de Comodoro Rivadavia que tenía una cabeza de repuesto; la enamorada de López, el que dibuja caballos; los caballos mismos: Washington, el que cantaba, Lincoln, el tenaz y laborioso, y Napoleón, el que adivinaba; la carrera a Chapadmalal, que se arma cada medianoche sin Luna y, según dicen, que solamente los de alma pura pueden verla; la vieja Elvira, para quien "el mundo era como un paisaje que se refleja sobre un agua de oro".
Esta galería de personajes cobra vida en la interpretación de Noelia Antelo y Magalí Fugini, que componen con interesantes matices a dos adolescentes, con un vestuario apropiado, que van recreando en las horas sin juegos sus propios recuerdos, alimentados por las narraciones oídas en tertulias familiares.
Todo se desarrolla en un marco ideal, concebido con originalidad y creatividad por Andrea Chacón Álvarez. En una pequeña sala que favorece la intimidad, el diseño escénico cuenta con alguna utilería multifuncional, y se recrea una atmósfera feérica gracias al aporte de los juegos de la luz, que se manifiesta en todas sus posibilidades, y con el uso de miniaturas que ilustran y redimensionan las narraciones.
Un justo reconocimiento a una voz literaria que se hallaba en el olvido..

sábado, 30 de noviembre de 2013

Campo afuera


Funciones Julio-Agosto 2014 / Elefante Club de Teatro 
Guardia Vieja 4257
Viernes - 21:00 hs
Reservas: 4861-2136
Entrada: $ 80,00 / $ 50,00 -






Nota de la primera temporada








Sala Grumo http://www.salagrumo.org/notas.php?notaId=191





Por Lucia de Leone














































































































































































Casi como un puesto más del Mercado del Progreso, que se sitúa desde hace más de un siglo en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires frente a la estación “Primera Junta” del subte A, irrumpe Oeste Estudio Teatral, una pequeña sala-habitación que cuenta con pocos años de vida y está ubicada en el ala izquierda del primer piso de la feria. Allí, cada domingo en el temido horario de las 7 de la tarde, el público tiene la opción de ver  Todo lo demás no importa. Variaciones sobre textos de Sara Gallardo, una obra montada por la dramaturga, directora y regista argentina Andrea –“Andy”- Chacón Álvarez. Mientras caminan hacia la sala, desde una perspectiva panorámica y lateral a la vez, los espectadores pueden apreciar el sueño en el que, a esa hora, se sumergen los muchos puestos del edificio. Una imagen que en principio podría agudizar el  síndrome de domingo al atardecer, que empieza a sentirse cuando cae el sol y todo se aquieta, y que mezcla desazón y melancolía con la pereza ante el inminente comienzo de la semana.

 Sin embargo, luego de subir unas cuantas escaleras, llegar hasta el pequeño hall de entrada y enfilar hacia la sala, ese paisaje en calma nos devuelve una mejor atmósfera, la del silencio necesario para que el ruido del trajín cotidiano del mercado no interfiera con las piezas dramáticas que se representan en el piso de arriba. Porque ese mutismo provocado por el cese de las actividades por unas cuantas horas se convierte en la coartada ideal para que los tradicionales relatos surgidos en (y de) ese mercado den paso a las otras historias, las que Chacón Álvarez adapta del libro de cuentos El país del humo (1977) de la escritora y periodista argentina Sara Gallardo (1931-1988).

 El país del humo es el territorio literario que Gallardo concibió para situar las fábulas de sus disímiles, raros e inclasificables relatos: algunos, con audaces desvíos, abrevan en tradiciones arraigadas; otros cruzan tópicos tan atávicos como contemporáneos; otros reinventan géneros discursivos tan ancestrales y artesanales como modernos y sofisticados. Algunos son extensos y saturados; otros, como los haikus, condensan imágenes en breves líneas o recuerdan las estampas literarias; otros borran la historia o la subsumen al puro procedimiento; algunos también se acercan al poema en prosa. Parecería ser que el hilo conductor más visible de esos cuentos indómitos es el hecho de que se emplacen en –o refieran a– la América Hispana, aludida mediante diversos accidentes geográficos con referente real, en espacialidades fabulosas, en zonas urbanas, en espacios rurales, bárbaros (el desierto), indecisos (la frontera), y en temporalidades lejanas o próximas al presente de la publicación, pero siempre presentada por la autora como una versión espectral, salvaje y alucinada de ese continente.

 Así pues, es sobre la diversificación temática y formal, y la heterogeneidad de fábulas, de identidades ficcionales, y de ambientaciones que se sustenta la singularidad de El país del humo, el único volumen de cuentos dentro de la producción de Gallardo. Asimismo, la multiplicidad de oficios, voces, e inteligencias definen a Pasto Rebelde, el colectivo artístico surgido a propósito del proyecto de Chacón Álvarez, compuesto por iluminadores, actrices, cantantes, vestuaristas, escenógrafos, y diseñadores, que lleva su nombre en honor al cuento “Un césped”, en el que un pastizal crecido en medio de la urbanización se resiste de todas las formas posibles a ser cortado, a lucir prolijo, a no desentonar con el paisaje.

 Desde las últimas décadas, se verifica un sostenido fenómeno de rescate de la obra y la figura de Gallardo, cuya recepción pasó, en diferentes momentos de su trayectoria, por distintas instancias: de un gran reconocimiento (fue bestseller, traducida y reeditada en vida) a postergaciones e injustos olvidos. Una revalorización indiscutible luego de la publicación post mortem de la Narrativa breve completa (2004) y la difusión de su literatura por Leopoldo Brizuela, de la inclusión de su obra en antologías y colecciones de clásicos argentinos (las de Ricardo Piglia y Abelardo Castillo), de reediciones en nuevas editoriales (El elefante blanco, Planta editora, El cuenco del Plata), del renovado interés del público, la academia y la crítica actual, y también –creo- de la transposición de algunos textos literarios a otros formatos artísticos y culturales.

 Ahora bien, la literatura de Gallardo cuenta con otros antecedentes de transposición en los que podríamos insertar la propuesta de Chacón Álvarez. Casi treinta años después de la publicación de Pantalones azules (1963), María Herminia Avellaneda la adaptó para un especial  para ATC. Por su parte, Enero, su elogiadísima primera novela, fue transpuesta dos veces: la primera, por Paula Peyseré que dio como resultado una versión libre –y muy lírica– que hoy circula por la web; la segunda, resultado de la asociación entre el escritor Pedro Mairal y el dibujante Juan Sáenz Valiente, fue una de las entregas de la serie de Canal Encuentro “Impreso en la Argentina”, que combina eficazmente el proceso de producción de una historieta basada en un texto literario con el documental expositivo sobre un autor. Actualmente está el proyecto de llevar la experimental Eisejuaz – su cuarta novela- a la pantalla grande de la mano de Pablo Reyero y Adriana Lestido. Salvo por la adaptación a teatro de papel Kamishibai que hicieron Malena Rey y Julieta Fradkin del cuento “La gran noche de los trenes” (montada, entre otros sitios, en el homenaje realizado a la escritora en 2008 por el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA), los demás relatos de El país del humo habían dejado ahí una zona vacante. Un vacío que, indudablemente, supo aprovechar con talento, trabajo y una gran sensibilidad Chacón Álvarez, quien mediante un uso heterodoxo y discrecional de los recursos disponibles del nuevo teatro, vuelve aún más contemporánea y legible a esta escritora, que fuera tan mal leída como meramente anacrónica, como “fuera de época”.

 Al hacer ingresar estos cuentos en una serie transposicional y póstuma, Chacón Álvarez les otorga nuevas condiciones de legibilidad y recepción. Estos cuentos, casi imposibles de sistematizar, se vuelven de difícil lectura acaso por convocar un sinfín de universos referenciales, tradiciones, procedimientos, temporalidades y personajes, que probablemente hacen al lector recabar información, releer, trazar conexiones, volver la página atrás. Esa misma dificultad se traslada –o, mejor, se potencia- cuando esos cuentos abandonan las páginas del libro, y buscan otra forma de expresión: la de decirse en voz alta, la de cantarse a dúo, la de transmitirse mediante objetos, juguetes, bailes e imágenes proyectadas, ante un espectador que no necesariamente conoce las historias que cuentan, encadenan y representan con frescura las actrices Noelia Antelo y Magalí Fugini.

 Pero, antes de todo, Andy y Sara tuvieron que encontrarse. Un encuentro que ocurrió de casualidad en una librería, cuando Andy se topó con la edición de la Narrativa breve completa (uno de los modos de acceso a Sara más impuesto en los últimos tiempos), y, leyéndola de pie e incómoda, quedó atrapada en El país del humo. Fue ahí que decidió trabajar con ese material que la había sorprendido e inspirado de inmediato. El proyecto original consistió en hacer en Casa Yatay (“un espacio clandestino” destinado a montar obras como en casa) un ciclo de monólogos, al aire libre y a la luz del día, que los invitados/ espectadores disfrutaban con la compañía de un té servido con scones. Sin iluminación, sin vestuario, sin escenografía, sin difusión. Había que volver a lo oral, a la recomendación boca a boca: sólo relatos, ¿qué importa el resto? Esa primera muestra les permitió ir probando varias versiones hasta consolidar las formas definitivas de las historias representadas. Esta característica de laboratorio de investigación que tiene desde sus orígenes la puesta de Chacón Álvarez la acerca también a la propuesta que trae el libro de cuentos, para el que Gallardo confiesa haber estudiado mucho, y en el que, habiendo abandonado ya la novela rural y apropiándose de la experiencia Eisejuaz, ensaya otros estilos, fragua nuevos tonos, prueba temas, lleva al límite las convenciones de los géneros discursivos más variados. La escritora –de la que tanto se dijo que se mantuvo al margen de las modas literarias- obtiene así ficciones singulares de muy compleja catalogación en anaqueles críticos. La dramaturga, por su parte, evita alinearse en alguna tendencia en particular, y explora distintas tradiciones, recoge algunas (como el teatro de objetos, o las instalaciones lumínicas de Boltanski), descarta otras (cambia la propia vida del biodrama por la vida de los otros); y, apuesta por una “teatralidad expandida” hacia otros dominios artístico-culturales: la ópera, la fotografía, el video arte, el found footage.

¿Pero qué de los cuentos atrajo específicamente a la directora para transponer al lenguaje teatral? Sin dudas, el arte del contar que éstos demandan. Son célebres las declaraciones de Gallardo, a propósito de El país del humo, sobre la necesidad literaria de sentarse a contar historias (como si se tratara quizá de una ronda o un fogón nocturno), de remontarse a formas orales del relato (los trascendidos, el chisme), de bucear entre las más diversas y ancestrales tradiciones (folk, leyendas, crónica histórica, epitafios, fábulas, el cuento de terror). Y esta necesidad coincide, no en vano, con su exploración primera y única del cuento. También son conocidas las escenas de escucha desde la cama que la niña asmática, por entonces llamada Sarita (el diminutivo que la diferenciaba de las tantas Saras de su familia), durante sus reiteradas convalecencias que le impidieron muchas tardes de juegos al aire en las siestas estivales, disfrutaba cuando su padre le contaba historias extraordinarias que irían marcando el universo referencial de la futura escritora.

Un anecdotario biográfico-literario que deja sus ecos muchos años después en los recuerdos infantiles de Andy, y también en el prólogo de la obra de la dramaturga – ya adulta- que, podría decirse, reconquista la tradicional estructura del relato enmarcado o del cuento dentro del cuento, identificable, por caso, en la cuentística medieval. En el relato marco, dos niñas (Andy y su prima) se escapan de la casa de la abuela a la hora de la siesta, dan vueltas por la quinta, cruzan el gallinero, trepan a los árboles bajo el sol tremendo de enero, comen ciruelas, se manchan los labios, se ensucian las manos, se intercambian historias oídas por ahí. Los relatos insertados, esos mismos que se cuentan las primas, esos mismos que interpretan las actrices en escena, son las variaciones de los cuentos de Gallardo. Y hago énfasis en la palabra “variaciones” porque para la transposición no sólo se utilizan, como antes dije, recursos provenientes de otros lenguajes para adaptar la materia estrictamente verbal a la interpretación teatral, musical, coreográfica, sino porque Chacón Álvarez completa esas historias con interrupciones en las que las actrices transitan nuevas sensaciones de a dos provocadas por esas historias de solitarios (se abrazan, bailan juntas, discuten, se corrigen, se acompañan, juegan como niñas), ponen a prueba sus modos de decir el texto (“te falta convicción” le dice una a otra; “Una señorrita tenía una cabeza de rrepuesto. Vivía en Comodorro Rrivadavia” enuncia una actriz remarcando la vibrante múltiple), con aggiornamientos que regalan sonrisas a los espectadores (suerte no es la de la profesora a cargo de un curso, suerte es “ganarse la lotería, el Quini 6, la raspadita”), y el armado de familias entre los personajes de distintos cuentos que los recolocan en nuevos sistemas ficcionales. Así, la soledad del hombre en la araucaria se pone en diálogo con la soledad que define al resto de los habitantes de ese extraño bestiario. Así, se introduce a un tal López, el dibujante de caballos a quien se le profesa puro enamoramiento, y así también los caballos innominados o referidos con atributos (el que canta, el que cura corazones, el que corre carreras en el aire, el que escolta al hombre en proezas) son rebautizados con nombres de fuerte carga simbólica como Washington, Lincoln o Napoleón.

 De la selección de cuentos que realiza la directora pueden reconocerse, por lo menos, dos ejes que articulan al texto con la dimensión espectacular: los cuerpos-mecanismo y la animalidad. Por un lado, el hombre- pájaro alado artificialmente -¿una suerte de organismo preCyborg?, ¿el rescate del antiguo sueño humano de volar?- y la mujer con cabeza de repuesto entran en sintonía con los objetos usados para acompasar el relato oral, como los relojes a cuerda, las cajitas musicales, el juego giratorio parecido al Twister de los parques de diversiones, los playmobiles; o para marcar los turnos conversacionales como los timbres, las bolitas que corren por el piso de mano a mano. Por el otro, los caballos –el animal preferido de Gallardo- arman una serie textual que además sobrepasa lo estrictamente guionado. Aparecen desde el principio, cuando el público, mientras espera, en un teatro del barrio de Caballito, puede beber un vaso de Caña Legui (¿cómo no recordar el célebre spot con la frase “¿para qué le habrán puesto caballos?”) y comer palitos de queso. Y las historias con caballos de Gallardo al tiempo que se cuentan según la variación pergeñada para la ocasión despliegan un imaginario mucho mayor que pone en conjunción una secuencia de malambo o música de charango, preparadas e interpretadas por Magalí Fugini, con objetos vinculados al mundo rural y juguetes de la colección personal de Noelia Antelo, como esos caballitos que trotan a cuerda por el escenario, pautando el silencio y el ritmo de los relatos.

Chacón Álvarez apuesta por una ambientación despojada e íntima: se trata de una pequeña habitación con un entrepiso unido a la planta baja por una escalera caracol. Las actrices suben y bajan, hacen rendir cada mutis para ingresar y acomodar la escasa escenografía, aportan de sus casas parte del decorado, aprovechan al máximo el tiempo escénico para prender y apagar luces y colaborar en las proyecciones de imágenes y juegos de sombras. El público se acomoda en bancos o sobre almohadones en el suelo en el espacio que queda entre el proscenio y la parte de atrás de la sala desde donde la directora observa y no descuida ningún detalle. En este sentido, la puesta final recupera el carácter artesanal y casero que proponía la primera muestra justamente montada en Casa Yatay, que se resignifica con el armado de origamis con forma de barco del programa-gacetilla que también realiza Noelia Antelo. Origamis que remiten al barquito de papel que navega por las aguas de un río en uno de los spots publicitarios de la obra, y que conducen a una zona inexplorada de la tierra del humo como la que abre el relato de la tintorera japonesa de “Vapor en el espejo”, y que Chacón Álvarez percibió en los comienzos de su investigación cuando pensó, aunque sin darle continuidad, en abordar algunos relatos desde la técnica japonesa del kamishibai.

 Y de esa primera muestra también se recupera la intemperie, pero se recobra de un modo singular o quizá rebelde (como los Pasto Rebelde): en un estricto fuera de escena. El aire libre sólo aparece en los escenarios naturales (un río, un espacio verde con sonidos de pájaros, una playa) de los tráileres cinematográficos y las fotos promocionales de la obra teatral (remarco el cruce de lenguajes antes referido). Podría decirse que el campo, un escenario recurrente en las ficciones de Gallardo y que ha vuelto a despertar actualmente nuevas propuestas en distintas expresiones artísticas (cine, teatro, literatura, artes visuales), queda en el fuera de campo (remarco la pulsión de esta obra por no entroncarse definitivamente en tendencias consolidadas).

 Cuando la dinámica semanal del Mercado del Progreso se toma un respiro y hace un alto, salen a desfilar los solitarios, los marginados, los antihéroes, los vencidos, los fantasmas, los animales del país del humo. La puesta en relato de estas historias que se cuentan de a dos, que se recrean en el vínculo con el otro y con los otros, es el mejor conjuro contra las múltiples soledades de las que Gallardo deja rastros en su libro de cuentos (la propia, la ajena, la más atávica de este indócil continente conquistado). Pues como afirma la consigna rectora de la obra “quien aprende a contar nunca está solo”. Recuperar el placer legendario del contar por contar, darse el gusto de hacerlo, contar con la posibilidad de recibirlo (de sanarse mediante el relato), y traducir a Sara Gallardo a un nuevo lenguaje son algunos de los méritos de esta obra. Como una apropiación laudatoria y empática de la frase desesperada que la madre del niño enfermo de “Fases de la luna” dice al padre Matías (“Cúremelo”) y que disparó el título de esta obra pese a quedar fuera de la selección (en otro fuera de campo), pareciera ser que ya, a esta altura, todo lo demás no importa.

Nota: Agradezco la generosidad y paciencia de Andrea Chacón Álvarez, que respondió cada una de mis preguntas en todo momento y en todas las formas, y tomó como suyas mis inquietudes. Mucha información fue extraída de una entrevista que le realicé a la directora, que además estimuló muchos de los análisis aquí presentados.